Autor de una obra diversa, cambiante y tan viajera como lo fue él mismo, Eduardo Úrculo es quizá el pintor que mejor representa la absorción del espíritu del pop-art por un artista asturiano -reside gran parte de su vida en Asturias- que inició su carrera desde profundas raíces locales, expresionistas, atentas a las manifestaciones populares del arte como el tebeo o el cine y cargadas de crítica social.
Su descubrimiento, primero, del ambiente de libertad que se respiraba en la Ibiza de finales de los 60 y del pop-art, después, en sus viajes europeos, le hizo cambiar de dirección, aunque siempre mantuvo constantes como la exquisita precisión en el dibujo.
Con paleta colorida y gran libertad en sus enfoques y composiciones, desplegó en su pintura cosmopoilita, su escultura y su trabajo como grabador o ilustrador un universo de iconos propios -desnudos femeninos, maletas, sombreros, paraguas, vacas, almohadones y mobiliario, elementos decorativos, paisajes neoyorquinos o geishas- en muchos casos convertidos en emblemas locales a través de su escultura urbana.