Galería Vértice

Julián Aragoneses

(Madrid, 1968.)

Julián Aragoneses se descarga de Pollock, de Tapies, de Genovés, de Millares, de Rivera, para verter la savia amarga de sus yedras, el tacto tembloroso de la sangre encarnada, el cataclismo de los silencios y las esperanzas. En sus obras todavía sin cicatrizar tiembla el artista como los versos de Ezra Pound. (Luis María Anson).

La obra de Julián Aragoneses es una hoguera de nieve, los oximorones de Quevedo, el hielo abrasador, el fuego helado, la herida que duele y no se siente, la hora de todos los vacíos, un aguacero de campanas rojas, el cangilón lejano. Miguel Cereceda ha escrito certeras palabras sobre la obra de Julián Aragoneses. “Nuestro artista, afirma, no se piensa a sí mismo como pintor, sino más bien como artesano”. “Hay por tanto en su trabajo un retorno a las manos, a la materialidad y fisicidad del objeto”. Frente al esplendor del muro, cabe la gloria de los escombros, el artista ha anudado con sus dedos sabios la estética vital del New Art norteamericano, el mundo hecho trizas de Áron Gábor, las máscaras escarnecidas de Yongs-hin Cho, los delirios arborescentes de Umbral, mientras Tunga arroja cabezas de mujer al mar para plantar sirenas.

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