Leo Zogmayer es figura capital del minimalismo centroeuropeo. Su obra adopta tal minimalismo con claridad, inmediatez y elegancia, y su enigmático sentido y voluntad no representacional no impide que ejerza sobre el espectador una notable seducción.
En la estela de la tradición del monocromo, con esa radical evocación del vacío, Leo Zogmayer entiende la superficie pigmentada uniformemente como aquello que intensifica la mirada, el recorte de un pedazo de realidad en el que no hay anécdotas o referencias figurativas pero en el que ciertamente pasa algo. Sus piezas son centros de gravedad que dinamizan los espacios vacíos. Este artista que, con enorme lucidez, apunta que lo bello es, en realidad, lo visible mismo, sabe que lo poético no es algo que se atrapa como un pájaro con una red; por el contrario, lo maravilloso del arte es el despojamiento, la decisión de no poseer algo, esto es, el momento en el que se prefiere la visión al saber. Zogmayer sostiene que lo bello es una condición para nuestro ser, es la manera como se presenta la vida y así la obra de arte es una “liberación de nuestra estrecha forma de mirar las cosas”.