La exposición está formada por tres grupos de obra interrelacionados en torno a la idea que le da título: el cuerpo como re aedificatoria primigenia en la que habita el alma, el ser, el espíritu…; siendo los pliegues, las ventanas y las chimeneas, los poros, las vías de comunicación entre el interior y el exterior.
La pieza principal por su tamaño es Coloso (2006). Se trata de una obra de dimensiones variables compuesta de múltiples elementos independientes correspondientes a distintas partes del organismo humano. El resultado es el de un cuerpo anticlásico (no obstante su evidente referencia a la tipología imperial del desnudo heroico) y mutable, ajeno a toda proporción y medida, pues las nuevas tecnologías (biológica, genética y digital, como en este caso) han hecho de la forma y la escala algo tan virtual como insustancial. El cuerpo se ha vuelto ecléctico, ostentoso, funcional, ingenieril y espectacular. Ha optado por eludir la unidad teleológica del ser físico, para tornarse en una suma de fragmentos mecanizados, mejorables, sustituibles e intercambiables.
El conjunto de piezas que llevan por título Antimónadas (2006), hacen alusión, por vía negativa, al concepto de mónada establecido por el filósofo alemán Gottfried Wilhem Leibniz (1646-1716). Muy brevemente extractado, Leibniz equipara la mónada con la idea de alma, y desde su genial inspiración barroca, establece que la absoluta espontaneidad de acción de las mónadas (esto es, su libertad) vendría determinada por el hecho ineludible de que éstas no tienen ventanas. Y no las tienen porque no las necesitan, pues todo lo que necesita una mónada está contenido en su interior, incluso la representación del mundo en su plenitud. En definitiva, para Leibniz la mónada no es en absoluto permeable, lo que no sólo se contradice con mi mas humilde experiencia cotidiana, sino incluso, y lo que es más importante en este caso, con mi experiencia artística.
A este respecto, las ventanas, como también, aunque de otro modo, los cajones, forman parte del ser metafórico humano. Así se deben entender tanto los seres y objetos antropomorfos de Brueghel o de El Bosco, como los estilizados torsos-sinfonier dalinianos. Más aún, en este sentido también cabe contemplar la ostentosa herida con que se viene mostrando desde hace más de seis siglos al Ecce homo crucificado. Pues una llaga no es sino el pathos en términos de representación de la comunicación entre el alma y el mundo, mediante la abertura de un, muchas veces deseado, vano en el cuerpo (lo que ha recreado ampliamente la mística barroca).
La serie de obras que representan chimeneas y que llevan por título genérico Pliegue de hogar (2005), representan el interior vital, cálido y confortable donde habitar. Son, como las ventanas, umbrales de comunicación entre el interior y el exterior, pues la fumata que propagan connota una presencia y una actividad, incluso la señal, el significante de una decisión trascendente. Su oscuridad es siempre un elemento de misterio y de inquietante fantasía (vía de entrada tanto de Santa Claus como del lobo feroz). Las ascendentes volutas que forma las llamas y el humo no son otra cosa que barrocos pliegues internos.
Para cerrar el círculo de relación entre este último conjunto de obras y los dos anteriores, cabe añadir que, en su lectura de Leibniz, Gilles Deleuze se dirige a una característica de la mónadas en su encerramiento ensimismado: los pliegues que se pueden encontrar en su interior. Es de nuevo la inspiración visual barroca la que contagia en este caso a Deleuze. Los pliegues producen un movimiento interior en la mónada, lo que es causa diferencial entre unas mónadas y otras.
En mi profana aproximación, los pliegues de la piel son el trasunto del tiempo y la acción, y en su repliegue dejan al descubierto aberturas de entrada y salida, como también, y en defecto de esto último, la propia adaptabilidad y flexibilidad de nuestra coraza externa. La dinámica del pliegue es el gesto de la materia por el que se revela en su infinitud: tras un pliegue sólo cabe descubrir otro pliegue (proceso generatriz de la fuga). Una vez que se inicia se desarrolla sin solución de continuidad, sea a través de la propia materia o, como en este caso, de su imagen: reflejo o copia de la copia. Esta última no es sino la propia dinámica sin solución de continuidad en la que están insertas las artes plásticas.
Juan M. Moro
Santander, julio de 2006