ÍÑIGO CALLES presenta su obra por segunda vez de manera individual en la Galería Vértice de Oviedo. La muestra se inaugura el Jueves, 16 de Junio, a las 19:30 horas.
ÍÑIGO CALLES conoce la fotografía de mano de su padre, y se interesa a fondo en ella apenas cumple los veinte años, coincidiendo con su etapa universitaria. Autodidacta en este primer período de aprendizaje, practica técnicas de conservación fotográfica como la goma bicromatada, al tiempo que desarrolla en casa su propio laboratorio, para trabajar, básicamente, en blanco y negro.
Vive doce años en Lanzarote. La luz atlántica, la belleza volcánica y su gran afición por la náutica, marcan, con pasión, su primer período productivo. Durante esa época expone en su ciudad natal, San Sebastián, en la sociedad fotográfica de Guipúzcoa, y en Lanzarote, en la galería cinema (paisajes e imágenes foto-gráficas de Lanzarote), que se alternan con reportajes realizados para la revista yate y motonáutica, centrados casi todos en su viaje en velero, durante dos años, por los mares caribeños y caboverdianos.
Su segunda época tiene que ver con la llegada a Asturias en 1993, tierra en la que fija su residencia. Es a partir de entonces cuando participa en el taller experimental de Humberto y en el cuaderno de campo de Joan Hernández Pijuan. En el 2002 decide que la fotografía sea el centro de su actividad principal, y se implica, para dar a conocer su obra, en exposiciones individuales y colectivas: certamen nacional de arte de Luarca; Entrefotos 03, 04, 05 y 06, en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid; Artelisboa, Estampa, ArtMadrid y Madridfoto con la Galería Vértice de Oviedo, Fundación Mondariz; Clics de Extremadura; Notodofotofest; concurso de fotografía Purificación García…
En la pasada edición de Madridfoto 2010 obtiene el premio de fotografía Acciona sobre sostenibilidad. Recientemente expone «Paisajes Rebelados» y algunos trabajos de su última serie, «A cielo abierto», en Bruselas (Casa de Asturias en Bruselas, Gobierno del Principado de Asturias).
A CIELO ABIERTO
TESTIMONIAR LA REALIDAD (texto de Luis Feás Costilla)
Si le preguntas a Iñigo Calles si ha sacado alguna fotografía del reciente movimiento ciudadano que ha tomado los espacios públicos de las ciudades españolas, como la plaza de la Escandalera de Oviedo, contigua al piso en que vive, responde rápidamente que no, que no es lo suyo, aunque simpatice claramente con sus reivindicaciones democráticas. Su compromiso como fotógrafo está en otra parte, en el testimonio lento y prolongado en el tiempo de las rivalidades entre la industria y la maleza, la posesión del territorio por parte de la humanidad, su reconquista por parte de la naturaleza, conforme al dicho oriental de “mil años ciudad, mil años bosque”. Es un asunto que ha interesado a otros muchos artistas, como el pintor asturiano Carlos Sierra, que retrató con su pincel fidelísimo la casa en ruinas de sus antepasados, y que al fotógrafo de San Sebastián le ha inspirado series como la titulada Paisajes rebelados, expuesta hace tres años en esta misma galería Vértice que ahora acoge sus aportaciones más recientes.
El asunto, premiado en MadridFoto, le ha servido para nutrir también un hermoso libro, Paisajes de la industrialización asturiana, editado en 2009 por la Consejería de Medio Ambiente, Ordenación del Territorio e Infraestructuras del Principado de Asturias, que recogía buena parte de las tomas que ya habían sido exhibidas. La diferencia con respecto a las fotografías que aquí se presentan está en que mientras en las anteriores lo que predominaba era el desmantelamiento industrial, las fábricas de explosivos extintas, los castilletes o los vestuarios mineros abandonados, con los matojos introduciéndose por los resquicios de baldosas y azulejos y las malas hierbas asomándose por entre las ventanas rotas, en las actuales lo que centra su atención es la actividad fabril a pleno rendimiento, las heridas abiertas en la tierra por enormes máquinas que extraen los minerales al tiempo que devastan el paisaje. De vez en cuando se cuela alguna pequeña planta, algún brote verde, pero lo que domina es la industria implacable, capaz de transformar lo que antes había sido montaña en un profundo agujero de naturaleza muerta, una inerte cantera que, tras la explotación, apenas queda reducida a roca y otros materiales estériles.
Una tierra baldía que, sin embargo, es muy hermosa, en su desolación, y ahí es donde interviene el fotógrafo, capaz de capturar con su máquina lo que el ojo presto apenas percibe. Iñigo Calles emplea varias tomas para captar un mismo paisaje, que luego ensambla y reconstruye con una fidelidad fuera de toda duda. Como las reproducciones son en gran formato, en general sobre dibond, se aprecia hasta el más mínimo detalle de la iridiscencia de la mina, su diversidad multicolor, a pesar de la apariencia monótona y fría. Sean desde un punto de vista alejado o mucho más próximo, las imágenes siempre tienen profundidad, pues no se pierden en un pictoricismo plano y frontal sino que captan en todo momento el ángulo, la esquina, las líneas en fuga, que refuerzan la sensación de realidad sin diluir la fruición visual. Es estética sin esteticismo vacuo: la roca es bella de por sí, su textura ya viene enriquecida, los colores veteados alcanzan unas calidades que únicamente puede proporcionar la naturaleza inorgánica, impregnada por el transcurrir de los milenios, sin que la intervención humana pueda hacer más que dejarla al desnudo, descarnada.
Y es aquí donde se retoma el discurso sobre el compromiso del principio: Iñigo Calles no denuncia, no se escandaliza, no se altera. Lo que tenga que suceder, sucederá. Él únicamente ofrece testimonio, y las minas a cielo abierto (este es el título de la serie) también pueden ser un monumento al trabajo laborioso, a la implicación necesaria, a la tarea ineludible. Y un bello ejemplo de la organización productiva, con taludes bien dispuestos y estructurados, en un orden perfecto. Si luego hay que iniciar su restauración y compensar los daños y las molestias causadas, ya se verá. Por ahora es suficiente con mostrarlo todo, sin artificios ni engaños. Es lo mismo que han estado haciendo los jóvenes que en estos días han tomado las calles: contar la realidad, manifestar lo evidente, decir verdades de Perogrullo, unidos tan solo por el sentido común. Sin necesidad de más. Y las cosas, es de esperar, acabarán cayendo por su propio peso.